lunes, 26 de marzo de 2012

Cinco cuartos de hora

Al sortear la yincana de obstáculos en que se ha convertido la plaza de Felipe II imagino la polvareda que levantarían los centenares de gallistas sacando en hombros a su joven dios. Joselito, con apenas dos cursos como matador de toros, se había convertido en el amo y señor de la de Edad de Oro de la tauromaquia. Mucho tuvo que ver esa tarde en la que mató siete toros en cinco cuartos de hora.
Y algunos le pitaron, pocos la verdad, cuando la espada viajó caída para finiquitar al primer colmenareño de Vicente Martínez. Otros en cambio le obligan a no banderillear al zaíno que hace segundo, no vaya a ser que no pueda con todos. Bondadosa ignorancia. A unos y a otros deja Joselito con la boca abierta al ensayar tres naturales ligados… ¡En redondo!
Arrecia el clamor recibiendo al berrendo que hace tercero con recortes capote en brazo. Se acuerdan de un tal Reverte… Y del brazo pasa el capote a los hombros con ese quite del bú. A Gallito le han salido las alas.
Al cuarto toro le agarrará un cuerno y momentos después también la oreja, la forma de premiar al torero, tan novedosa como ese toreo en redondo que había intentado antes. Joselito ya no deja intervenir a nadie, todas las palmas del toreo han de ir para él. Sonríe a quien le pide que descanse. El público ya no encuentra forma de aclamar la inaudita maestría y arrojan sus sombreros. Otra vez coge los palos y citando con uno de esos sombreros que aún hierve de entusiasmo quiebra con perfecta precisión. Blanquet mete el capote cuando el berrendo hace hilo al mejor de los toreros. Ahora decide José intercambiar los papeles para el lucimiento de su peón de confianza. Y la gente que se quedó sin entradas hacen apuestas de a qué viene tanto jaleo. Una oreja más para concluir la gesta.
Cuando le bajan el capote de seda desde la barrera oye una voz. “¿Ha dicho un toro más? Pues ea”. Fue el toro más manso de la tarde, pero Gallito lo ahorma y hace de él una piltrafa. Sólo han pasado cinco cuartos de hora. El sol aún broncea la puerta grande por la que sale el mejor de los toreros acompañado de la multitud.
Un siglo impide que me arrollen.

lunes, 12 de marzo de 2012

¡A los toros! (y 2)

…No anda afortunado Joselito en los sorteos, que pleno de maestría se resigna: “Suerte que tiene uno”.
Gaona se ha llevado el toro de la corrida. Elegante como siempre, algo adocenado, pero en su momento. A la gente le ha llegado y le aplaude con fuerza en la vuelta al ruedo. Belmonte no lo ve por ningún lado y en silencio despectivo se retira a barreras. Sánchez Mejías, que había pareado tan valiente como suele al primero de Gallito, estaba siendo el protagonista de la tarde. Pero para su segundo toro solicitó José los palos, que compartió con Gaona. A algunos, por ignorancia o por fastidiar, les dio por pedir la participación de Belmonte. Los cuatro pares que dejaron Gallito y Gaona, dos por figura, enardecieron la plaza. Y ya no existían más toreros en el mundo. Empezaron a surgir gritos que se contagiaban como un virus: “¡Los dos solos! ¡Joselito, Gaona, y nadie más! ¡Una corrida para los dos solos!” ¿Quién recordaba a ese que en la corrida de la Cruz Roja puso Madrid boca abajo? Juan… ¿Qué?
Cuando tocaron a matar, ese quinto toro estaba tan desfondado y mareado como el público.
Salió el último de Concha y Sierra. Lo recibió Belmonte destacando en los remates. Las gaoneras de Gaona hizo olvidar lo realizado por Juan, y los lances suaves y largos de Joselito borró todo lo anterior. Cuando a Belmonte le entregaron la muleta y la espada, nadie podía pensar que en ese momento se marcaría una línea divisoria en la historia del toreo. Nadie antes había toreado así. Quién podía imaginar que se podía recoger la embestida en un natural y en los mismos vuelos ligar el de pecho. Y sin moverse. Una y otra vez. Sacando tripa para que vean que él no se encorva. Y un molinete al ralentí y maravilloso, de otro mundo, y otro ligado más terrenal. Y la estocada…
Al caer el toro bajaban los espectadores hipnotizados, palpando suavemente a ese ser transfigurado que había reinventado el arte de torear. ¿Quién se acordaba que había que pedir la oreja? Sólo un terremoto es capaz de que se ignore el protocolo.

viernes, 2 de marzo de 2012

Curro Puya

Desde la ventana no me da la vista para localizar donde andaba la clínica del doctor Crespo. Bajo a la calle, y por Goya llego a Doctor Esquerdo. Aquí, en esta esquina, dejó su último aliento el rey de la verónica.
Vestido de plomo y plata apareció Francisco Vega de los Reyes en el coso de la Carretera de Aragón.
¡Qué no daría yo por verle bajar las manos con ese capotillo de seda! Fuiste el primero y fuiste el mejor.
Pero fue en un ayudado, al comienzo de la faena, cuando Fandangero le arrastró a cornadas, la tercera y última la peor. Tras dos meses y medio de terroríficos gritos en una de las agonías más penosas se fue el inmenso artista Gitanillo de Triana.
Un minuto de silencio.